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15 nov 2016

"Una reflexión para los horrorizados" de Paul Krugman.

"Una reflexión para los horrorizados" de Paul Krugman. 

¿Y ahora qué hacemos? Cuando digo “hacemos”, me refiero a todas esas personas de izquierdas, de centro e incluso de derechas que considerábamos a Donald Trump el peor candidato a presidente de la historia y dábamos por sentado que una mayoría importante de nuestros conciudadanos estaría de acuerdo.



No me refiero a replantearse la estrategia política. Ya habrá tiempo para eso; Dios sabe que es evidente que casi todos los ciudadanos de centro-izquierda, incluido yo mismo, no teníamos ni idea de lo que realmente funciona a la hora de convencer a los votantes. De momento, de lo que hablo es de la actitud y el comportamiento personales ante esta terrible sorpresa.

Ante todo, recuerden que las elecciones determinan quién consigue el poder, no quién está en posesión de la verdad. La campaña de Trump no ha tenido precedentes en cuanto a su falta de sinceridad; el hecho de que las mentiras no se hayan cobrado ningún precio político, y que incluso una gran parte del electorado se haya hecho eco de ellas, no les resta falsedad. No, las ciudades del interior no son zonas de guerra con tasas de delincuencia desorbitadas. No, no somos el país con los impuestos más altos del mundo. No, el cambio climático no es un bulo divulgado por los chinos.

Así que, si sienten la tentación de admitir que la visión del mundo de la derecha antisistema podría tener algo de cierta, no lo hagan. Las mentiras son mentiras, por mucho poder que las respalde. Y ya que hablamos de sinceridad intelectual, todo el mundo tiene que afrontar la desagradable realidad de que el Gobierno que lidere Trump causará un perjuicio inmenso a Estados Unidos y el mundo. Por supuesto, podría equivocarme; tal vez el hombre que ocupe la presidencia sea completamente distinto del hombre que hemos visto hasta ahora. Pero es poco probable.

Por desgracia, no estamos hablando de solo cuatro años malos. Lo sucedido el martes tendrá repercusiones durante décadas, y puede que durante generaciones. A mí me preocupa especialmente el cambio climático. Nos encontrábamos en un punto crucial, ya que acabábamos de alcanzar un acuerdo mundial sobre emisiones y teníamos un camino político claro por el que conducir a Estados Unidos hacia una utilización mucho mayor de las energías renovables. Ahora es probable que todo se vaya al traste, y el daño podría ser irreversible.

El perjuicio político también se prolongará durante mucho tiempo. Hay muchas probabilidades de que algunas personas horribles se conviertan en jueces del Tribunal Supremo. Los Estados se sentirán legitimados para tomar medidas que supriman aún más votantes que este año. En el peor de los casos, una forma ligeramente encubierta de Jim Crow [leyes estatales que propugnaban la segregación] podría convertirse en la norma en todo Estados Unidos.

Y también hay que preguntarse por las libertades civiles. Pronto, la Casa Blanca estará ocupada por un hombre con instintos autoritarios evidentes, y controlará el Congreso un partido que no ha dado muestra alguna de querer rebelarse contra él. ¿Hasta qué punto se pondrá la cosa fea? Nadie lo sabe.

¿Y qué pasará a corto plazo? Mi primer impulso fue decir que la trumpeconomía causaría enseguida una crisis económica instantánea, pero tras unas cuantas horas de reflexión, he pensado que seguramente me he equivocado. Escribiré más sobre ello durante las próximas semanas, pero lo más probable es que no se produzca un castigo inmediato.

Las políticas trumpistas no ayudarán a la gente que votó a Donald Trump; de hecho, sus seguidores acabarán en una situación mucho peor. Pero es probable que estos acontecimientos se desarrollen gradualmente. Sin duda, los contrincantes políticos del nuevo régimen no deberían contar con verse reivindicados a corto plazo.

Entonces, ¿en qué situación nos deja esto? ¿Qué deberíamos hacer, como ciudadanos implicados y horrorizados?

Una respuesta natural sería el quietismo, darle la espalda a la política. Sin duda, resulta tentador llegar a la conclusión de que el mundo se va al infierno, pero como no se puede hacer nada al respecto, ¿por qué no limitarse a cuidar del jardín? Yo mismo me pasé gran parte del Día Después evitando las noticias, dedicado a actividades personales, básicamente tomándome unas vacaciones mentales.

Pero, al final, esa no es manera de vivir para los ciudadanos de una democracia (ya que espero que sigamos formando parte de una). No digo que todos debamos ofrecernos voluntarios para morir en las barricadas; no creo que vayamos a llegar a eso, aunque ojalá estuviera seguro. Pero no veo la forma de seguir respetándonos a nosotros mismos a menos que estemos dispuestos a defender la verdad y los valores fundamentales de Estados Unidos.

¿Llegará a tener éxito esa postura? No hay garantías de ello. Los estadounidenses, por laicos que sean, tienden a verse a sí mismos como ciudadanos de un país protegido por una providencia divina especial, un país que puede confundirse pero siempre vuelve al buen camino, un país en el que al final siempre triunfa la justicia.

Sin embargo, no tiene por qué ser así. Tal vez, las vías históricas de la reforma —los discursos y textos que cambian la mentalidad de la gente, el activismo político que acaba logrando que el poder cambie de manos— ya no sirvan. Quizá Estados Unidos no sea especial, solo otra república que tuvo su momento, pero que va camino de convertirse en un país corrupto dirigido por tiranos.

Extraído del diario el País de España.