En la dinámica de acelerado crecimiento económico en la que estamos inmersos, resulta cada vez más evidente que uno de los principales desafíos que debemos remontar para apuntalar la competitividad del país y alcanzar el desarrollo al que aspiramos tiene que ver con la construcción de una educación de calidad para todos los peruanos.
Si bien es cierto que nuestro desempeño en las pruebas internacionales arroja algunas mejorías, seguimos ocupando las últimas plazas. Solo para referirme a los resultados de la última prueba PISA, instrumento que mide de forma precisa conocimientos y capacidades relevantes de los jóvenes de 15 años y en la que el Perú participa por segunda vez, alcanzamos el puesto 62 en comprensión lectora, 60 en matemáticas y 63 en ciencias, de 65 países. Apenas el 35% de los estudiantes peruanos alcanza un nivel de comprensión lectora básico.
La evidencia demuestra, más allá de cualquier duda, que la educación de calidad es clave para el crecimiento sostenido. La gran paradoja latinoamericana (bajo desarrollo a pesar de altos índices de escolaridad) deja de serlo cuando incorporamos en el análisis las capacidades cognitivas. Vista así, nuestra pobreza material está directamente relacionada a las brechas existentes en materia de habilidades básicas, consecuencia de una pésima educación. Desde esa perspectiva, resulta imprescindible emprender las reformas necesarias para que las escuelas se conviertan en verdaderos espacios de aprendizaje.
Para ello no basta con invertir más recursos. El 3% del PBI dedicado a la educación pública en el Perú es claramente inferior al promedio destinado para tal fin tanto por los países en vías de desarrollo (5%) como los más desarrollados (4.8% para la OECD). De poco servirá duplicar ese presupuesto si paralelamente no avanzamos en la implementación de estrategias que aborden los problemas de fondo directamente vinculados a la calidad de los resultados educativos. En ausencia de esos esfuerzos corremos el riesgo de quedarnos con una educación de baja calidad, que además resulte cara e inequitativa.
No existen formulas mágicas, pero algunas intervenciones han demostrado resultados prometedores, especialmente cuando se impulsan de manera complementaria. Entre estas destacan la introducción de mejoras significativas en la capacitación de docentes y sistemas remunerativos para el magisterio vinculados a los avances en el desempeño de los estudiantes; la transferencia del poder decisorio de las burocracias centralizadas hacia los colegios y padres de familia; el reforzamiento de la rendición de cuentas a través de la difusión entre los padres de información básica acerca de los resultados alcanzados por los colegios.
La construcción de una educación de calidad para la competitividad no puede quedar únicamente en manos del Estado, sino que requiere del concurso coordinado de maestros, padres, organizaciones de la sociedad civil y empresarios. Estos últimos pueden y deben jugar un papel activo en el proceso de transformación educativa, no solo en virtud de las capacidades que pueden sumar al esfuerzo, sino también en consideración de la importancia instrumental que el mismo tiene para su quehacer. Porque sin educación de calidad no lograremos el crecimiento sostenido que el país requiere.
(*) Presidente de la CADE por la educación.
DIARIO GESTIÓN/28/03/2011.
Pablo de la flor belaunde
Si bien es cierto que nuestro desempeño en las pruebas internacionales arroja algunas mejorías, seguimos ocupando las últimas plazas. Solo para referirme a los resultados de la última prueba PISA, instrumento que mide de forma precisa conocimientos y capacidades relevantes de los jóvenes de 15 años y en la que el Perú participa por segunda vez, alcanzamos el puesto 62 en comprensión lectora, 60 en matemáticas y 63 en ciencias, de 65 países. Apenas el 35% de los estudiantes peruanos alcanza un nivel de comprensión lectora básico.
La evidencia demuestra, más allá de cualquier duda, que la educación de calidad es clave para el crecimiento sostenido. La gran paradoja latinoamericana (bajo desarrollo a pesar de altos índices de escolaridad) deja de serlo cuando incorporamos en el análisis las capacidades cognitivas. Vista así, nuestra pobreza material está directamente relacionada a las brechas existentes en materia de habilidades básicas, consecuencia de una pésima educación. Desde esa perspectiva, resulta imprescindible emprender las reformas necesarias para que las escuelas se conviertan en verdaderos espacios de aprendizaje.
Para ello no basta con invertir más recursos. El 3% del PBI dedicado a la educación pública en el Perú es claramente inferior al promedio destinado para tal fin tanto por los países en vías de desarrollo (5%) como los más desarrollados (4.8% para la OECD). De poco servirá duplicar ese presupuesto si paralelamente no avanzamos en la implementación de estrategias que aborden los problemas de fondo directamente vinculados a la calidad de los resultados educativos. En ausencia de esos esfuerzos corremos el riesgo de quedarnos con una educación de baja calidad, que además resulte cara e inequitativa.
No existen formulas mágicas, pero algunas intervenciones han demostrado resultados prometedores, especialmente cuando se impulsan de manera complementaria. Entre estas destacan la introducción de mejoras significativas en la capacitación de docentes y sistemas remunerativos para el magisterio vinculados a los avances en el desempeño de los estudiantes; la transferencia del poder decisorio de las burocracias centralizadas hacia los colegios y padres de familia; el reforzamiento de la rendición de cuentas a través de la difusión entre los padres de información básica acerca de los resultados alcanzados por los colegios.
La construcción de una educación de calidad para la competitividad no puede quedar únicamente en manos del Estado, sino que requiere del concurso coordinado de maestros, padres, organizaciones de la sociedad civil y empresarios. Estos últimos pueden y deben jugar un papel activo en el proceso de transformación educativa, no solo en virtud de las capacidades que pueden sumar al esfuerzo, sino también en consideración de la importancia instrumental que el mismo tiene para su quehacer. Porque sin educación de calidad no lograremos el crecimiento sostenido que el país requiere.
(*) Presidente de la CADE por la educación.
DIARIO GESTIÓN/28/03/2011.
Pablo de la flor belaunde